Friday, April 24, 2015

Lonely Planet

Mi padre descubrió una mañana que tenía el pasaporte vencido y se angustió mucho porque la mera idea de no poder salir del país ante una eventualidad lo trastornaba. Mi tía, que lo conoce desde que nació (el, no ella) no tuvo mejor idea para consolarlo que decirle que de todas formas, de tener el pasaporte al día, no tendría plata para pagarse un extenso viaje al viejo continente, que de nada serviría la documentación. Pero después, para mortificarlo en ese idioma en el que sólo se hablan los hermanos, le dijo:
-Y además, si lo pensás, para el caso tampoco podés salir del planeta. Así que no jodas…
-¡No me digas una cosa así, Pirucha, es terrible!
Y se disparó un episodio de claustrofobia como tantos.
El hombre atrapado en el planeta. Así lo pienso.
Cuando era chica, los cuentos que me contaba al borde de la cama eran mucho mejores que los que aparecían en cualquier libro de los que yo podía leer a esa edad, esos que tenían letra grande y mucho dibujo. Los cuentos que inventaba mi padre tenían a un hombre con una granja real en miniatura con todos los animales deambulando por su escritorio mientras el hombre trabajaba. Vaquitas diminutas y ovejas que se movían entre las presentaciones a la DGI, que bebían agua de los restos de un vaso volcado al lado de la máquina de escribir, viboritas que se enredaban en su lápiz mientras intentaba dibujar story boards. Y también la ocasional borrachera cuando un par de chanchitos se tomaron lo que había goteado de la botella de whisky apoyada en el escritorio mientras el hombre tipeaba ocupado en su máquina hasta que notó como venían los chanchitos seseando y tropezando con una goma de borrar hasta dormirse sobre un bollito de Carilinas. Ese era uno de mis preferidos.
Cada día pasaban cosas nuevas en la granja. Los animales como en la novela de Orwell cada tanto se rebelaban y se armaban tremendas estampidas en el escritorio del buen hombre, con gallinas minúsculas revoloteando por todos lados, toros bravos (de no más de cinco centímetros) que arremetían contra todo y una manada de ovejitas aterradas apretujadas contra los libros.
Había otros cuentos. Pero eran más tristes y no me los acuerdo bien.
Mi viejo, que tiene miedo a quedar atrapado en este planeta, me dijo una vez que lo peor del Parkinson es una sensación de estar atrapado en un cuerpo que no es suyo, "como tener una percha rígida puesta adentro de la camisa, y no poder salir”.

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